viernes, 30 de septiembre de 2011

LOS CADILLOS DE HUAYOBAMBA.

El profesor Wlson Izquierdo ha escrito una serie de documentos relacionados a la cultura cajamarquina, te presento un cuento muy interesante sobre nuestra tierra.

LOS CADILLOS DE HUAYOBAMBA.

Por: Wilson Izquierdo Gonzales
¿A quién no se le ha pegado alguna vez un desgraciado cadillo? Al parecer, de eso no se ha librado nadie todavía, en la accidentada orografía del área rural de la sierra, en las suaves y ondulantes gradientes de los contrafuertes de la cordillera cercanos a la costa o, en la insondable maraña de verdes de la selva. Sólo es cuestión de meter los “botapies” del pantalón o los ribetes de la falda, allí donde es el dominio de esta planta silvestre y... a sufrir las consecuencias.

Entre Condormarca y Huayobamba, y particularmente en los bordes de la serpenteante bajada a San Marcos, junto a las flores de mil colores que nacen y mueren con las lluvias estacionales de noviembre a mayo, crece el cadillo en cantidades inimaginables. Podría decirse que, lo que se ve en ese tiempo, especialmente cuando el viento los mece, no es otra cosa que un mar ondeante de penachos cubiertos de unos bastoncitos negros coronados de sisos más pequeños. Es decir, todo es un cadillal.      

Que existan cadillos o no en los terrenos de los bordes de una carretera, no tendría mayor importancia, de no ser porque, detrás de la descripción inocente de este detalle de la flora cajamarquina, exista una narración por demás inaudita. Como se sabe, es común y frecuente que se le peguen a uno los cadillos en cualquier parte de la ropa, y que también éstos se suban “por sus propios medios” hasta las partes más escondidas del cuerpo, pero eso de que se adhieran al vello del Monte de Venus… ¡jamás!  

Allá por los años de mil novecientos noventa y cuatro, y mil novecientos noventa y cinco, el Proyecto “Escuela, Ecología y Comunidad Campesina” era el centro de trabajo del que escribe esta historia –el burro por delante-, el de un docente especialista designado por la Dirección Regional de Educación, el de una ingeniera agrónoma contratada por el proyecto y el de una ingeniera zootecnista, que la Región de Educación destacó también al proyecto, por estar excedente en el Instituto Superior Tecnológico “San Pablo” de la provincia de San Pablo.

El especialista de educación se llamaba Segundo, y vaya uno a saber los motivos por los que su padre lo castigó con ese nombre. Sin embargo, más allá de las bromas que le hicimos, él mismo contó que su primera experiencia amorosa le resultó desastrosa, debido al hecho de llamarse Segundo. Emocionado hasta las lágrimas al haber logrado hacer suya a su primera enamorada, le preguntó con el candor y la ingenuidad de sus dieciséis años:

-  Amorcito de mi alma… a ver dime: ¿quién ha sido el primer hombre de tu vida?

-  ¡Tú!… ¡Tú!... Segundito –contestó ella, muy suelta de huesos, con la seguridad de estar diciendo la verdad y, además, en la creencia de estarle haciendo el hombre más feliz del mundo, pero él, muy golpeado en su orgullo, sólo atinó a balbucir-:

-  Con que soy el segundo ¿no? –y se fue sin decir nada más, a mascullar solo la primera de muchas decepciones iguales-.     

La agrónoma, por su parte, era Lucha y, al parecer, el nombre le estaba bien puesto, porque esa era su vida. La zootecnista era Irene, y el nombre le fue puesto en honor de una reina tártara famosa, en razón de lo cual; la habían educado como si tuviera esa real investidura. Entre todos hacíamos un gran equipo, aunque a Irene la hayamos encontrado muchas veces, echada de barriga debajo de las jabas de los cuyes, tratando de atrapar a los que se le habían escapado mientras les medicaba para la alicuya o “fasciola hepática”, que era más frecuente en los cuyes.   

El PEECC, por sus siglas, era más conocido como “Proyecto FAO-Suiza” desde 1984, época en que comenzó a trabajar una propuesta educativa con componente ambiental, para las escuelas primarias de la sierra del Perú, que se centrara en el manejo sostenible de los recursos naturales, con el fin de satisfacer los requerimientos planteados por las familias campesinas al Proyecto “FAO-Holanda”, que deseaban que sus hijos participen también de la experiencia de reforestación en la que ellos estaban involucrados, hecho que supuso trabajar no sólo el vivero y la plantación, sino algo más  complejo         

Así se hizo. Pero, la inclusión de más de mil escuelas en la experiencia, desbordó la capacidad operativa y financiera del Proyecto “FAO Holanda”. Ante este resultado, se buscó un socio adecuado para implementarlo y ese socio fue el Gobierno de Suiza, que asumió los costos operativos y financieros de la nueva experiencia, desde 1984, hasta su transferencia oficial al Ministerio de Educación en 1995, una vez experimentados y validados, los programas de educación forestal y educación ecológica que tuvo que desarrollar.

Uno de los problemas surgidos durante la experimentación del programa de Educación Ecológica, fue articular la teoría con la práctica. El “manejo sostenible de los recursos naturales”, concebido como eje curricular no estaba muy clara. Es más, parecía que relación tan necesaria, no existía. Si bien el Programa de Educación Forestal –con su eje curricular el árbol- tenía en el vivero escolar y la plantación comunal, un ambiente muy claro donde había que poner en práctica la teoría, en el  caso del Programa de Educación Ecológica esto parecía que tenía que hacerse como tradicionalmente se venían haciendo siempre estas cosas: sólo con tiza y pizarra. Pero eso, justamente, nadie quería.

Una de las alternativas de solución fue “hacer participar a los padres de familia en el proceso de identificación de los temas motivadores con los cuales habría de realizarse la programación curricular diversificada a la realidad de cada escuela”. La otra alternativa fue “convertir el vivero en un Sistema Agro ecológico Escolar –SAE- donde los alumnos hagan del manejo sostenible de los recursos naturales una práctica”. Lo primero se experimentó en el Valle Sagrado del Cusco y, el SAE, en las escuelas de las Cordilleras Blanca y Negra del Callejón de Huaylas, en Ancash. La evaluación demostró que este último, era la alternativa que se había estado buscando.

Luego, se destinaron los recursos necesarios para desarrollar en cada escuela participante, sus respectivos SAEs. Para ello, se tenía la costumbre de capacitar previamente a los docentes. Una de estas reuniones para los maestros de la Provincia de San Marcos, tuvo que llevarse a cabo en Huayobamba. Como el Instituto Superior Tecnológico existente allí, además de reunir todos los requisitos de logística, ofertó condiciones adicionales de amistad e interés por conocer la propuesta técnica, el taller de capacitación se hizo allí.

Uno de los aspectos abordados en ese taller fue la crianza de lombrices. Había que informar a los docentes acerca de su estructura orgánica y su fisiología, además de las labores culturales que implicaba su crianza y explotación. Resultaba que la dichosa lombriz californiana –eisenia foétida- que propagábamos, poseía la friolera de cinco corazones y seis pares de riñones, aún cuando, el grupo de sus neuronas que hacían las veces de cerebro, apenas medía un poquito más que la cabeza de un alfiler común. Se alimentaba, preferentemente del excremento de los cuyes -que también había que criarlos en el SAE- y, gracias a sus seis pares de riñones, era una especie de máquina procesadora de humus, sobre la base de las cápsulas de cacanuzas de los cobayos.

El humus de lombriz es hasta ahora, un excelente abono natural rico en nitrógeno y un montón de oligoelementos más. Es particularmente efectivo para cultivar hortalizas foliares, pero tiene algunas limitaciones en el cultivo de hortalizas de raíz, como la zanahoria. Al parecer, y según la palabra autorizada de la agrónoma del equipo, la zanahoria requería de una mayor cantidad de fosfatos del que el humus tenía. Sin embargo, así y todo, la lombriz es un ser maravilloso. Además de humus, puede ser alimento de patos, pollos, gallinas, pavos o peces, siendo por demás prolífica para reproducirse, especialmente cuando su alimento es la cáscara de plátano.

A la persona que por sorteo le tocaba desarrollar este tema en el taller, tenía a la audiencia completamente cautiva. Más aún si se hacía una disección para averiguar lo de sus corazones y riñones o, para variar, cuando se les informaba que eran hermafroditas y que su copulación era un doble acoplamiento de sus órganos sexuales que duraba la miseria de dos horas como mínimo, siendo superior por mucho en esta faena, a la copulación de un verraco con una chancha o, a la de cualquier animal de la escala zoológica.

Al taller de Huayobamba, entre otros maestros muy inquisitivos, asistió una pareja de esposos que recientemente habían contraído matrimonio. Como suele ocurrir con cualquier “recién casado”, estaban en esa época en que cada día se hace algún descubrimiento sexual nuevo. Por eso, y por lo fascinante que siempre resultaba el tema del hermafroditismo y duración de la copulación de las lombrices, la esposa “linchita” se quedó muy impresionada. Tanto fue su asombro que, en un descuido y cuando creía ella que nadie se daría cuenta, le comenzó a dar a su esposo en la barriga, unos golpecitos cariñosos con el codo a la vez que le hacía llegar a media voz este reclamo:

-      Ya ves, so adefesio. La lombriz, dice la ingeniera, que tiene un cerebrito apenas más grandecito que la cabeza de un alfiler y que cuando hace el amor, se demora no menos de dos horas.

-      Y eso que tiene que ver conmigo –le contestó su esposo, realmente sorprendido con la inusitada reclamación de su mujer-.

-      ¡Cómo que no tiene que ver contigo! ¿Acaso tú no tienes tremendo cerebrazo y… cuando me haces el amor, no duras ni siquiera tres minutos?   
     
Sobre si tendría razón o no la profesora reclamante… nadie lo supo, porque las risotadas que provocó el breve diálogo matrimonial en toda la audiencia, fueron tan largos y tan sonoros que hubo que declarar obligatoriamente un receso para que se calmen los ánimos. Por lo demás, la anécdota se hizo famosa en todo el país, después que fuera socializada en una reunión nacional llevada a cabo en Huachipa.

Concluido el taller, los profesores una vez que cenaron, se retiraron a sus habitaciones a dormir. Al día siguiente, después de desayunar, regresarían a sus escuelas. El equipo técnico del proyecto, en cambio, tuvo que retornar esa misma noche a Cajamarca, debido a que en su sede del Ministerio de Agricultura, al día siguiente, tenía que hacer otro taller para los docentes del distrito de Cajamarca.

Como las dos ingenieras del equipo, se encontraron en Huayobamba con sus antiguos compañeros y compañeras de estudio de la universidad, tuvimos que “soportar” un gran agasajo el agasajo. Además de la buena comida que nos brindaron, tuvimos que aceptar con algunas “cervecitas para asentar el cuy”, que durante el viaje de regreso, comenzaron a hacer sentir  sus efectos en las vejigas, especialmente de ellas por ser las agasajadas directas, apenas comenzamos a remontar la subida que existe saliendo de Huayobamba rumbo a Condormarca.    

Por esa zona, en aquella época, la carretera no era amplia ni tenía los dos cómodos carriles que ahora tiene como carretera asfaltada. Por ello, hubiera sido una imprudencia detener el vehículo en cualquier lugar. Había que buscar un lugar apropiado, y éste se presentó en una explanada donde el cadillo era rey. Ni bien el vehículo se estacionó a un costado, las dos ingenieras salieron volando rumbo a donde pudieran vaciar sus vejigas, lo cual hicieron en la forma ruidosa en que acostumbran hacerlo las mujeres, sin importarles mayormente dónde y cómo lo hicieran y, lo que es peor, sin imaginar lo que podría ocurrirles con los cadillos a los que regaban con pichi caliente.

Es posible, que la micción no fuera tan ruidosa, pero nos lo pareció, debido a la soledad y el silencio de esos parajes. Obviamente, como para nosotros fue más sencillo realizar esta misma faena fisiológica detrás del vehículo, después de terminar nuestras propias descargas, tuvimos el tiempo y la oportunidad de poder escuchar con toda la tranquilidad del mundo lo que sabíamos que iban a hacer nuestras compañeras de viaje, ya que ellas tuvieron que escoger todavía un “sitio aparente”.

Pasados unos minutos y, al parecer, sin mayores incidentes, las vimos regresar y subir muy orondas al vehículo. Pero… no pasarían ni diez minutos de reiniciada la travesía y, no sin antes percatarme por el espejo retrovisor de salón del vehículo, que nuestras compañeras de equipo venían haciendo una serie de movimientos por demás raros e inusuales en ellas, al unísono se escuchó el siguiente pedido:

-     Por favor profesor, pare el carro una vez más, que tenemos algo muy urgente que hacer.

-     Vaya, vaya… ¿otra vez van a orinar? Pero… ¿si recién lo acaban de hacer …doñas meonitas -les dijo en tono burlón, Segundo-.

-     Si profesor –contestaron siempre ellas al unísono- pero esta vez se trata de otra clase de diligencia. Ustedes quédense en el carro y no miren para atrás. Además, profesor Wilson, prenda por favor la luz de retroceso del carro… –y salieron apuradas igual que la vez anterior, rumbo a la parte posterior del vehículo, rogando seguramente que no venga ningún otro carro, por cualquiera de los lados de la carretera-.

Se demoraron una infinidad de tiempo, durante el cual, con suerte, no llegó a pasar un solo carro por allí. Tampoco llegamos a saber cómo lo hicieron. Fue Segundo, vaya uno a saber si ingenua o resabidamente el que aclaró:

-     Creo que las ingenieras han ido a sacarse los cadillos de los pelos por donde hacen wisshhhh. Allí donde han orinado, fueeee… ¡Jesucristo, está llenito de cadillo!

Como no había qué hacer y sólo nos tocaba esperar, entre risa y risa, comenzamos a formular hipótesis acerca de dónde y por dónde estarían quitándose los cadillos. Presumíamos igualmente que la una le tendría que haber librado de los cadillos a la otra, o que, en el peor de los casos, cada quien se hizo cargo de su propia arrancada de cadillos. En fin, cuando ellas regresaron y subieron al vehículo, tan pronto se inició la marcha, Segundo hizo se puso a cantar esta tonada carnavalera:

-     Ay Diosito, ay Diosito/ quien pudiera ser cadillo/ y enredarme en los pelitos/ de tu hermosa palomita/ -para concluir sin cantar y, como si estuviera hablando para sí, con lo siguiente-:

-      ¡Qué feazo ya pué se enredará el cadillo por allí! ¿no es cierto ingenieritas?

Ellas, como si pensaran al unísono también, no le contestaron nada y prefirieron hacerse las sordas. Aunque, la forma en que comenzaron a reír, demostrara todo lo contrario… el viaje de regreso hasta Cajamarca, fue una sola risa.


Cuenta una experiencia corta que hayas pasado entre los cadillos de Huayobamba.

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